Perder el capital político a causa del “disimulo”
Opinión por Lilí Berardi
Una, dos, tres y hasta cuatro veces el respaldo político puede vencer a la verdad pero cuando se abusa del recurso y la realidad comienza a brotar sin piedad, el capital que tanto costó construir comienza a dilapidarse hasta en las cuestiones más absurdas.
Las desaveniencias del gabinete de Salazar y su esmero por no mostrar fisuras en un equipo con códigos propios de “varones” que ocultan aventuras nocturnas a fin de mantener su imagen de canchero a perpetuidad, comienzan a hacer agua por cuestiones tan menores como batir el hielo en un trago de whisky para que el vaso parezca siempre lleno.
No siempre se puede ocultar. La reiteración del ocultamiento se transforma en mentira y depende de quien pague el costo político de la sonrisa que subestima problemas; es la mella que se le hace a una sociedad que comienza a descubrir que las sonrisas apretadas desembocan en la contención de una bronca que no siempre se sabe donde explotará.
Con formas evidentes de un curso de autoayuda la conducción municipal y los aliados partidarios de Cambiemos suele evacuar sus desaires sobre el filo de la barranca de “Don Artemiso”, la casa que el abogado Daniel Spirópulos cede de manera permanente para las clases de sanación a las que se somete el equipo que extraña las fotos alegres de campaña, el sol de octubre y noviembre que calentaba las aspiraciones de un gobierno que tenía todo por estrenar y el calor de una oportunidad única para el conductor que logró reunir el cariño y el espanto en una gran montaña de adhesiones que incluyó incluso a quienes jamás le hubiesen prestado un auto para dar una vuelta a la plaza.
En esa lógica de autosuficiencia que se alimenta a diario con el aplauso de los ineficientes y la responsabilidad de los eficientes, está envuelto el poder local que no advierte que su cruzada contra los títulos de los medios y su alianza con un puñado de operadores de prensa se derrumba a cada paso, con mayor velocidad a la calculada por una gestión provincial que depende del éxito de los jefes comunales para su ineludible responsabilidad de poner de cabeza a las mafias, incluidas aquellas que formaban parte del caudal de los barones del conurbano derrotados por una mujer cuya expresión de amiga del alma colma el corazón de los bonaerenses que con sumisión soportaron la degradación de su calidad de vida a manos de la destrucción sistemática de sus recursos, la inseguridad y la precarización de la educación a límites jamás conocidos en la historia.
Cecilio Salazar no necesita tanta gente pensando en las elecciones, sino un consultor externo que le haga una pequeña lista de los problemas en los que a diario gasta su energía.
Bien lo entiende su hijo, Ramón, que tiene que lidiar a diario con un ochenta por ciento del tiempo dedicado a la moderación de enfrentamientos absurdos entre dirigentes y el otro veinte por ciento para remediar entuertos heredados en el área legal y técnica que cada vez transforma más sus funciones en una suerte de Secretaría de Coordinación de Gabinete para la que le faltan rendir varias de las materias que requieren más de la práctica o la experiencia que de la teoría. Diría algún estudiante: “En el escrito todo bien, pero en el oral me puse nervioso”.
De acuerdo a la proximidad con el despacho del Intendente son los relatos y la cantidad de conspiradores que mantienen con el sueldo que pagan los ciudadanos ahora aumentado al doble, mal que les pese que se hayan publicado antes en La Opinión que en el Boletín Oficial donde los números de los decretos se van acomodando a la temperatura.
Muchos nuevos contratos, algunos acomodos y exponentes de la torpeza le ganan a las cuadrillas que en los primeros meses de gestión lograron despuntar la alegría de una ciudadanía que está dispuesta a alegrarse, aun con un cartel de señalización o un bache que se tape. Tan fuerte fue el impacto de ver que se podía cortar el pasto o comenzar a poner orden en el tránsito que quién más quién menos le firmó un cheque en blanco cuando llegaron las obras de 1001 y 191 como señal de una confianza que no se desmorona de un día para otro a menos que los propios sean más peligrosos que los ajenos.
Sin oposición a la vista, Cecilio Salazar decidió tratar a los propios como si fuesen una familia. Los hijos y los sobrinos no siempre son iguales ni responden a las expectativas de sus padres.
El Intendente no es “mamá pata” sino el conductor político con experiencia gremial suficiente como para olfatear cualquier negocio que quieran alentar en sus narices o a sus espaldas.
En verdaderas pequeñeces se sumó al ridículo. De los botones antipánico a la presentación del San Pedro digital, que por ahora solo es parte de la imaginación y la voluntad, a la guerra desatada entre Jorge Ponzio y Silvio Corti por la caja de la obra pública hay una gran distancia. Ambas son inocultables, pero por ahora las maquillan como travesuras menores, aun aquellas que le generan costos económicos importantes al Secretario de Hacienda Mario Sánchez Negrete, quien ya no sabe por qué calle caminar para que no le recuerden que todo lo que dijo durante los últimos años sobre la corrupción, la ineficiencia en la administración y el despilfarro ahora forman parte de sus decisiones y argumentos. Ya le torcieron el brazo con las bonificaciones y sueldos que le costaron la renuncia a Guacone y la miseria a Giovanettoni y ahora tiene que lidiar con una postergación para la presentación de un presupuesto que depende de nuevos aumentos de tasas, mejor recaudación y el inestimable aporte de la coparticipación provincial para sobrevivir al año electoral.
La otra puesta en escena, tal vez la más grave desde diciembre de 2016 a la fecha, presentó su mejor función en el Hospital cuando se derrumbó la puesta en marcha de una conducción de política administrativa y sanitaria a manos de José Herbas que terminó en una transición en la que Edgar Britos ofició de Celestina para aplicar bálsamos y no ventosas sobre las espaldas de un Hospital que se les había ido de las manos. El resultado está a la vista y la orden es estricta. El silencio de los contendientes se selló en una reunión en la que Cecilio les ordenó no hablar y tolerarse mutuamente desde los más increíbles extremos de la personalidad. Uno como sargento, el otro apenas como aguatero. A ello, con ausencia de políticas sanitarias, relevamiento de población, campañas de vacunación, detección de niños abandonados a la miseria, tasas de jóvenes en edad de procrear, estimación de natalidad para los próximos años y una Secretaría de Desarrollo Humano que goza más de vanagloriarse que de recorrer el territorio, hay que agregarle el derroche del Centro de Referencia del Ministerio de Desarrollo Social cuyo responable entiende como “estilo peronista” y reparte de manera procaz enseres, materiales y muebles con mayor exposición que en los tiempos de Alicia Kirchner y sus camiones distraídos para elecciones. Se dice que ya ha llegado a oídos de la Ministra Carolina Stanley el desapego por las formas de su representante en San Pedro y que ya se está pidiendo que como mínimo deje de ostentar su repartija a discreción.
De las mínimas a las máximas, Salazar prefiere sostener la quimera a afrontar las decisiones imprescindibles para mantener su credibilidad. No se puede arriesgar tanta pólvora para un solo chimango. Al jefe comunal deberían aliviarle la carga de tener que responder sobre la denuncia que Angel Burgos formuló sin darse cuenta sobre el referente máximo de seguridad comunal, Eduardo Roleri. Otra vez la imprudencia le tendió una trampa sobre la que el camino más fácil fue culpar a los periodistas que no han hecho más que retratar lo que ha sucedido y poner en conocimiento de la población que hay dificultades menores que requieren de señales importantes.
Detrás están los que van armando sus propios kioscos al ritmo de la distracción o la anuencia. No hay directivas para ordenar el turismo sino para consolidar otra multiplicación sin planes y en producción el hombre que viene desde 25 de Mayo está ahora abocado a un cargo que le queda demasiado grande como para llevar el nombre de “Planificación”.
“Las obras están llegando”, gracias a Dios y a la gestión provincial y nacional que tapan la pobreza de ideas. Todos los intentos por hablar con Salazar para que tienda puentes informativos respetuosos y tolere la crítica del mismo modo en que las formuló y exigió cuando era opositor han sido en vano. Su pretensión de suplir los medios de comunicación por un puñado de ineptos que no manejan ni los horarios de los actos lo han dejado en situaciones incómodas en más de una oportunidad. La más dura tal vez haya sido la que estaba prevista con la Ministra de Salud, a todas luces una eminencia en su materia. Quedaron los micrófonos instalados en el hospital que iba a visitar y la recorrida se redujo a un encuentro con empleadas de la Clínica San Martín y una representante gremial que se atrevió a pedir “un tirón de orejas” para la designación como Director del Hospital de Juan José Salgado, uno de los accionistas del malogrado sanatorio y un emblema con señales claras para los antecedentes de maltrato que posee denunciados por al menos dos mujeres que tuvieron que mudarse de San Pedro y tragarse la historia que a otras mujeres suele ponerlas en las puertas de la Comisaría de la Mujer dispuestas al escarnio público por sus orígenes de hogares más modestos.
Cecilio Salazar cumplirá un año como Intendente de su pueblo en el mes de diciembre. Tiene muchos colaboradores pero pocos amigos sinceros y dispuestos a apoyarlo de manera contundente para que su gestión no termine enganchada de un anzuelo con señuelos atractivos pero traicioneros.
Tan traicioneros como los oficialistas del Concejo Deliberante que, lejos de ponerse a trabajar, levantaron la mano nuevamente para votarse el máximo de las dietas previstas como sueldo. “Nos están tocando el culo”, dijo Amércio “Cacho” Quintana cuando advirtió algunos temas que se aprobaron con mayoría automática en el recinto. La misma frase repiten quienes conocen de cerca los entuertos y las disputas que se dirimen puertas adentro del Palacio y se transmiten a la población como “el carnaval de la alegría”.
La intriga de quienes monitorean la actividad política desde hace décadas y han desnudado la realidad es saber si Cecilio actúa de este modo por temor o convicción. Rodearse de más mediocres que de talentos y elegir más zánganos que hormigas trabajadoras son señales de debilidad para una buena conducción política. La que hace falta para una ciudad que puede recuperar el orgullo de una administración sincera y decente.