Hablan por primera vez los sobrevivientes, Diego Iglesias y Federico Braendt
El 25 de noviembre, falló un tubo de gas en una panadería ubicada en Manuel Iglesias al 2100, lo que provocó un incendio que envolvió en la tragedia a varias familias. A raíz de las lesiones, Agustín Iglesias, de 20 años, perdió la vida en el Instituto del Quemado. Su hermano Diego y el dueño del local, Federico Braendt, hablaron por primera vez, en exclusiva para La Opinión, tras el incidente. Este medio accedió a los videos que grabaron con diversas cámaras lo que sucedió aquella mañana. Fueron unos pocos segundos que resultaron fatales.
Pasaron más de dos meses de aquel lunes 25 de noviembre en el que en horas de la mañana, el incendio de una panadería ubicada en el barrio El Argentino se convirtió en una tragedia que envolvió a la familia Braendt, dueña del negocio, y a la de Diego y Agustín Iglesias, los hermanos empleados del local que sufrieron severas lesiones que obligaron a su internación en el Instituto del Quemado, donde el mayor de ellos perdió la vida.
La Opinión tomó contacto con los damnificados y esta vez logró obtener el testimonio exclusivo de Diego, el joven de 20 años que desde el 20 de diciembre volvió a San Pedro con el peso de ser un sobreviviente de aquella trágica mañana.
A los pocos días, Federico Braendt, que de la misma manera salvó su vida tras apagar el incendio y sufrir severas lesiones, también accedió a hablar y abrió, por primera vez tras el incidente, la puerta de su casa para guiar a este medio por los sectores involucrados en el hecho, que todavía conservan las huellas de lo sucedido.
Diego, el sobreviviente
Junto a su pareja Sigrid, Diego Iglesias es padre de dos niñas, una de ellas recién nacida y que atravesó las últimas semanas en el vientre de su madre en medio de la convalecencia de su padre y el temor de la familia, que ya lloraba la pérdida irreparable de Agustín, cuya novia también dio a luz a un bebé a mediados de diciembre.
A más de dos meses del incendio y pasados 50 días de la muerte de su hermano Agustín, Diego accedió a dialogar con La Opinión. “Estoy bien, voy a control todos los viernes al Instituto del Quemado y después, cuando salgo de ahí, voy al Hospital Muñiz por la voz, porque me quedo sin aire y me cuesta respirar, esproblema tengo”, señaló.
Diego espera la fecha para una nueva intervención quirúrgica. Mientras tanto, su familia es el apoyo fundamental para el proceso de recuperación que afronta que, aseguró, llevará un buen tiempo. Sin embargo se mostró fuerte y agradecido con su familia y con los sampedrinos que lo apoyaron durante todo este tiempo, que fueron muchos.
“Gracias a esta familia, los Almada, ayudaron a Candela —madre del hijo de Agustín— y a mi mujer, por eso estoy feliz y fue lo que le pedí a la mujer de mi papá Abel, le pedí cuando me fue a ver al Hospital que no las deje sola ni a mi mujer ni a la mujer de mi hermano, porque necesitan ayuda, y Gisela me cumplió eso y siempre se lo voy agradecer”, señaló.
“Muchas gracias a la gente que me ayudó, le agradezco de corazón, de parte mía y de mi hermano”, dijo. A Agustín lo recordó en sus redes sociales con una foto juntos y un mensaje: “Si tuviera poderes sobrenaturales daría lo que sea con tal de poder regresar el tiempo atrás y volver a experimentar los bellos momentos que hemos pasado juntos, puesto que tú has sido parte de lo mejor que me ha ocurrido en la vida. Te extraño infinitamente. Te amo para siempre”.
A la panadería habían llegado de la mano de Javier Iglesias, el padre panadero que les enseñó el oficio y los llevó a trabajar con él en el negocio de Federico Braendt. El día del accidente, Javier estaba de franco. Habían cambiado un tubo de gas y algo falló
Una polémica
por la ayuda comunitaria
Los hermanos Iglesias y Braendt sufrieron lesiones que obligaron a hospitalizarlos. Los jóvenes empleados sufrieron la peor parte. Agustín era el más grave y fue trasladado en helicóptero sanitario al Instituto del Quemado, adonde luego derivaron a Diego.
La salud de los chicos mantuvo a toda la ciudad movilizada, en principio mediante cadenas de oración que con fe intentaban fortalecer a toda una familia, y por otro lado, con distintos eventos solidarios organizadas por parte de ambas familias —aunque lleva el apellido Iglesias, Diego es hijo de Abel Almada— para recaudar fondos que “serían enviados para ayuda de las mujeres, ambas embarazadas, y de los chicos y sus padres”.
La ayuda económica generó desencuentros entre las familias de los jóvenes, a pesar del mensaje de Agustín, que en una canción que compuso en ritmo de rap cantaba: “Ponete a pensar que a tu familia todos los días tenés que disfrutar”.
En medio de la polémica desatada en las redes sociales respecto del dinero recaudado durante las campañas solidarias y de los fondos municipales aportados a la familia para contribuir con el tiempo en el que él y su hermano estuvieron internados en Buenos Aires, Diego prefirió no opinar al respecto y aseguró que no quisiera seguir propagando un escándalo que se generó en Facebook.
Explicó que su único interés siempre estuvo relacionado a la salud de su hermano, cuya pérdida dejó un dolor insuperable en él, en sus familiares y amigos
Mientras comparte el día a día con su familia y ve crecer a sus hijas, sonríe entre mates junto a sus amigos, Diego no deja de agradecer constantemente al pueblo por la colaboración y se esfuerza por seguir adelante y mantener viva la memoria de su ángel guardián, Agustín.
Federico abrió
la puerta de su casa
El otro sobreviviente de la tragedia es Federico Braendt, dueño del comercio de Manuel Iglesias al 2100, quien estuvo 25 días internado en el Hospital tras sufrir quemaduras en la cara, los brazos y las piernas. Abrió las puertas de su casa y permitió un recorrido por el local donde se produjo la explosión.
Con los videos de las cámaras de seguridad instaladas en el edificio, La Opinión pudo reconstruir qué sucedió aquel lluvioso lunes 25 de noviembre a las 11.27 de la mañana, cuando en el barrio El Argentino se escuchó una explosión que le cambiaría la vida para siempre a tres familias.
Todo ocurrió en cuestión de segundos. Los hornos de la panadería estaban al fondo de una zona del edificio que había sido inaugurada dos semanas antes, ubicada detrás del cuarto de la hija de la familia Braendt, que dormía y se despertó con la explosión.
A la izquierda de ese espacio estaba lo que históricamente en las panaderías se denomina “la cuadra”, donde se elabora la panificación, ubicado detrás del local comercial que daba a calle Manuel lglesias y que ahora oficia como living familiar.
En la mesa dispuesta allí, entre góndolas con mercadería, heladeras exhibidoras, con un mate de yerba con hierbas y un pote grande de Platsul, Federico Braendt tomó el celular de su esposa para ver por primera vez completos los videos de las cámaras de seguridad.
“No los quise ver”, repetirá varias veces durante la charla que mantuvo con La Opinión, que se extendió por más de dos horas. Antes de reproducir esos videos, había guiado a este medio por las instalaciones de la panadería donde se produjo el incendio. Su relato coincidió con lo que se ve en las imágenes
Agustín había cambiado el tubo de gas de 45 kilos. Algo pasaba en esa garrafa azul que la firma Hipergas vendió a Braendt. La rosca no cerraba. En los videos se lo ve al joven Iglesias con una herramienta en la mano. A su lado estaba Federico.
En las imágenes se observa que Braendt se agacha y se produce la explosión, que tuvo lugar en el tubo fluorescente de la instalación eléctrica. El fogonazo está a la izquierda. El plafón está vacío desde ese día. A su lado, las chapas nuevas están negras, al igual que los tirantes. En la esquina derecha la pared fue revocada. “Me hacía mal verla así”, dijo el dueño de casa.
Unos pocos segundos
que fueron fatales
Cuando se produce la explosión la cámara que apuntaba al horno muestra una nube de fuego. Federico Braendt fue arrojado hacia la arcada que divide “la cuadra” de la zona de hornos. El matafuegos, ubicado en una pared lindera, cayó al piso. Agustín quedó encerrado entre el fuego y la pared.
La cámara que enfoca el patio, a la derecha de los hornos, muestra cómo tiembla la puerta balcón y el humo comienza a salir por el techo. La que graba la puerta del comercio permite observar que la cortina vuela hacia el exterior y la gente sale corriendo.
Siete segundos después de la explosión, Agustín sale desde detrás del tubo. Su hermano Diego se acerca. Federico Braendt, se ve en lo que registró la cámara de “la cuadra”, se levanta, hace lo propio con el matafuego y trata de accionarlo. Se había partido la manija y lo había inutilizado.
Casi 30 segundos después de la explosión, Diego Iglesias sale a la calle. Agustín llega detrás. Una chica les hace señas y según relataron testigos lo que les decía es que ella tenía un auto en el que podía llevarlos al Hospital. Era un Fiat Duna gasolero. Del apuro, la joven intenta darle marcha sin esperar que las bujías incandescentes hagan su trabajo, por lo que demora unos segundos más en salir.
Mientras eso ocurría, Claudia, esposa de Federico Braendt, había apretado todos los botones de la alarma, que emitió señales de aviso a la policía, a Bomberos y al 107 Same. Todavía estaban en la calle Agustín y Diego cuando su jefe tomó el extintor de la camioneta
Braendt ya estaba herido por el fuego de la explosión. Corrió hacia la zona de hornos y con el matafuego de su vehículo apagó el fuego que estaba en el techo. El tubo de gas ya no estaba encendido. En medio de la nube que formaba el líquido extintor se lo observa tomar la garrafa.
La cámara del patio muestra que en ese momento, Braendt arroja el tubo azul al patio, que tras rodar vuelve a encenderse. Por eso cuando llegan los bomberos, lo que fueron a apagar era la garrafa que estaba en el patio y ardía.
El tubo todavía está en el edificio, donde se amontonan elementos de panadería en desuso, junto a bolsones de harina que Braendt espera utilizar para volver a producir cuando se recupere totalmente de las lesiones, que todavía le arden de noche y hasta le sangran cuando rozan contra las cortinas de la casa. Producir con esa harina, dice, le permitirá pagarla, porque todavía le debe al proveedor esas bolsas.
“Yo lo único
que quiero es trabajar”
Un pastor evangélico visita con asiduidad a la familia Braendt. A Federico le cuesta dormir de noche. No para de recordar esos “dos o tres segundos fatales”, como llama al momento de la tragedia. “De día andás acá, hacés una cosa u otra, pero cuando apoyás la cabeza en la almohada, te vuelve todo”, aseguró.
El miércoles 4 de diciembre, a las 23.20, Agustín Iglesias falleció en el Instituto del Quemado, donde permanecía internado junto a su hermano Diego. Federico Braendt estaba en el Hospital. Al mediodía, mientras comía, llegó una psicóloga y le dijo, sin más: “Tengo una mala noticia, murió uno de los chicos”.
Desde que volvió a su casa, Braendt mantuvo contactos telefónicos y personales con Javier Iglesias, el padre de Agustín, con Diego y con su padre Abel Almada. “Voy a visitarlos, los ayudamos en lo que podemos”, contó Braendt.
El último sábado de enero, Federico y Diego pudieron hablar por primera vez en profundidad sobre lo ocurrido. Aunque ya habían tenido contacto, siempre fue con mucha gente presente. Esta vez pudieron charlar solos, en la cancha de fútbol donde solían jugar todos juntos. Con Javier también se reunió para mostrarle los videos, aunque, al igual que Diego, prefirió no verlos.
“Diego me dijo que él sabe que lo que pasó fue un accidente”, aseguró. Federico Braendt se siente responsable como titular de la panadería donde ocurrió el hecho pero no deja de repetir que “fue un accidente”. También siente que es “injusto” que lo acusen en redes sociales, donde hasta hubo quien lo llamó “asesino”.
“Hay gente que dice que yo los mandé a apagar el fuego y eso no es así”, dijo mientras reproducía una vez más el video en el que se ven la explosión, esos siete segundos que tarda Agustín en salir del fuego y su accionar con el matafuego inutilizado primero y con el del auto después. Se le llenan los ojos de lágrimas pero no llora. Mira hacia el mate, reflexiona y repite: “Fue una tragedia”.
“Cuando volví me costaba salir a la calle, porque sentía que la gente me señalaba”, contó. En el living de la casa ahora está la despensa, que atienden a través de una ventana. “Si no trabajamos, no comemos”, sostiene Braendt, que sigue teniendo el mismo problema que el año pasado, cuando quiso habilitar el comercio: no puede porque carece de título de propiedad.
Federico Braendt y su familia son unos de los primeros ocupantes irregulares del asentamiento precario que en 2010 se instaló en esos terrenos y que hoy, merced al proceso de urbanización impulsado por el gobierno, es un barrio más de la ciudad.
Tiene 40 años. Empleado de panaderías desde los 11, en 2015 emprendió el negocio propio. Nunca pudo habilitar y tampoco puede hacerlo ahora. A pesar de que en el Municipio le dijeron que el censo de la Oficina de Escrituraciones en barrios irregulares podría permitírselos. “Yo tengo abierto para comer y para ayudar a Diego”, dice y agrega: “Yo lo único que quiero es trabajar”.
En la reja del negocio una mujer cuenta sus pocos billetes para comprar tres hamburguesas y medio kilo de pan. Contra el cordón, desde un camión distribuidor un repartidor baja mercadería. La calle recientemente pavimentada arde bajo el sol de enero. Adentro de la casa, el fuego que destrozó a tres familias dejó huellas imborrables.