El Periodismo Se Muda
Estoy muy contenta, entusiasmada, feliz por los cambios y nuevos desafíos. Absolutamente satisfecha con los que fuimos y somos y seremos capaces de hacer…
“Hay que embalar rápido 23 años de opinión y todas las noticias”. La orden resuena en todos los ambientes. Pregunta otro: “¿Y el aire cómo lo llevamos?”.
Para ambas cuestiones hay una respuesta: me siento en la que será por última semana mi oficina, rodeada de cajas, portarretratos y hasta cartera al crochet tejida por una oyente y emito la única verdad que anida en mí desde hace más de un año y medio: “No embalen nada porque me lo llevo todo puesto”.
Así es, todo está guardado en la memoria, todo grabado, todo acariciado, todo aferrado al corazón y sin posibilidades de escapar de esa tremenda alegría de transitar la adultez con un equipaje que no se puede pesar en kilos sino en centenares de miles de momentos que son los únicos que te acompañan hasta el último de los días que te quedan por vivir.
Nada es comparable a esa certeza que, tras el desapego de lo material, te abraza y te reconforta aunque el paso previo haya sido doloroso, injusto y hasta si se quiere humillante.
Desfilan uno a uno los seres queridos, la familia, los amigos que te abrazan sin cuestionar, los que te acompañan y no preguntan, los oyentes y lectores que saben que confían en que siempre “vas a poder”. Una desmedida expectativa que confunde el ego con el coraje; las ganas de respirar aire limpio y puro lejos del lugar físico pero muy cerca de los compañeros de ruta que trabajan, simplemente trabajan allí y en tantísimos medios locales o nacionales.
En fin, aquí las cajas, las bolsas, los libros, la música, las noticias, los teléfonos, los cables de la red que nos conectaba hace un segundo y que ahora se resumen a una cajita llamada modem. Aquí las computadoras, el archivo de más de 25 mil fotos papel y digitales, los expedientes de tantas investigaciones y hasta un manual de farmacia que compramos para aprender la composición de las drogas sintéticas cuando “estar dado vuelta” era una rareza; el diccionario enciclopédico que fue reemplazado sin piedad por el corrector del Word, la caricatura del Dr. Rodolfo Constantín, el relato enmarcado de la cobertura del tornado del 90 que me regaló
Héctor Levín, la colección de Actualidad que por obra y gracia de los cheques a fecha encuadernamos con Enrique Gaido, los cassettes, VHS, minidisc y CD con voces de colección de episodios que más que una cobertura fueron una epopeya.
Miro los pisos de diseño y disfruto de la superficie de los salones de diseñadores y periodistas teñidos con los colores de la mosaiquería Saucedo hace 17 años, las barras de hierro doble T que le permitieron a esta casa centenaria asentada en barro subsistir al salvaje paso del tiempo, los vitreaux inventados por Ñeco Calonge que ya no recuerdo si fueron gentileza o los pagué, la alta puerta de entrada al viejo zaguán como desliz casi póstumo del arquitecto Jorge Bertani, la bandera argentina que me regaló el día de la inauguración; me despido de la imagen del albañil ideologizado Hernán González, el mismo que paso a paso acompañó mis tardes en el jardín donde conviven el añejo níspero y el floripondio junto a los ficus que para cada día del periodista me obsequiaron dirigentes de distintos partidos y gestiones a los que asocio con sus ascendentes carreras o sus estrepitosas caídas cuando alguno de los que ya son árboles se enferma o muere presa de hongos y otras enfermedades propias de las plantas. La palta siempre erguida es la más fiel de mis sombras y amaneceres con cantos de pájaros incluidos en pleno centro de la ciudad.
Me siento inmensamente millonaria cuando recurro al celular que empezó siendo “ladrillo de CTI” a Smartphone de Claro y llamo a mis más estrechos colaboradores porque nunca los sentí empleados. Siempre estaban y están allí, aferrados a la imagen de la exigencia desmedida y tantas veces cruel de esta periodista que siempre pidió mucho más porque todos daban para más sin darse cuenta. Conozco a sus hijos y en algunos casos a los nietos.
Marcelo, mi marido, me cuida porque siente que mis lágrimas de despedida lo corroen; Guillermo se enoja con esta madre tan pero tan complicada que le ha tocado, sin entender que el talento que lo habita le es propio y supera con creces a sus propios padres; Federico, el hijo menor al que le cuesta encontrar el rumbo en el marco de una realidad adversa para un joven que vuela sobre un skate y se rebela a diario para que cobremos conciencia de ser un brillante sostén para mantenernos alertas a los peligros que lo acechan por “portación de apellido”.
Tengo necesidad de contarles que el final de este camino no es más que un nuevo principio y que en ese transitar constante aprendí más sobre las miserias humanas y la banalidad de quien confunde fama con prestigio o conveniencia con credibilidad.
En el banco estamos en rojo, en la vida en un “no color” que es el transparente. Ya le estoy diciendo adiós a esta casa en la que hicimos historia con los medios.
Estas puertas de pino Tea con viejos herrajes que restauré con mis propias manos se desmontan de sus bisagras para acompañarme hasta Liniers 71, la nueva sede para La Opinión, La Noticia 1, La Guía Club y Sin Galera Radio.
Envuelvo mis oídos en los auriculares para poder terminar ésta, mi última nota en mi vieja oficina, suena Sibelius con su desgarrador Vals Triste, acordes que siempre uso para una buena concentración cuando enfrento la pantalla en blanco que hace que los dedos se deslicen por las teclas de esta notebook que ya es parte de mi vestimenta y me voy a mudar de aire, a esperarlos el sábado en la puerta de Liniers 71, con la fantasía de ver a lectores y oyentes en las puertas de un lugar que como siempre será para quienes se animen a desafiar la abulia de la resignación y se atreven a escuchar o leer lo que estos periodistas que nos abroquelamos en la vereda de los hechos tenemos para escribir o decir.
Además, desde este mediodía vuelvo a la más rudimentaria forma de comunicar. Les cuento: he montado sobre mi propio auto dos parlantes vigorosos para “hacer radio a domicilio”. Iré sola o acompañada por todos los barrios, todas las calles, todas las rutas, todos los espacios con mi pasión por la dignidad en el ejercicio de esta profesión que le hace honor a la descendencia tana.
A propósito, y como lo privado se confunde con lo público, confieso que el año pasado pude llegar por primera vez al lugar que mi padre abandonó por obligación en un pueblo llamado Fraine, en Italia. Al llegar a ese humilde poblado la casa estaba ahí, resistiendo, sin que mis abuelos hayan podido volver a habitarla. En ese instante entendí que ya tenía todo lo que necesitaba para partir de este lugar sin lamentos, porque si ellos pudieron sobrevivir tantos años prescindiendo hasta de los afectos más cercanos, cómo no iba a poder trasladarme a cuatro cuadras con la mochila liviana de los sueños que nos empujan hacia adelante.
Ahora sí, miro lo que me rodea, sonrío, estoy feliz y me preparo para que este mismo mediodía sintonicen Apa, la radio donde aprendí a hacer radio con tantísimos compañeros, la FM que transgredió la ley en 1987 cuando asomaba la necesidad de la comunicación en las ciudades del interior que querían conocer las noticias locales desde una aparato con antenita al “módico precio de dos pilas”.
Desde hoy hago radio en la calle, como pueda, desde donde sea. En tanto les pido que no se confundan ni se dejen confundir. #ElPeriodismoSeMuda a Liniers 71 y nuestro oído sigue puesto en el pecho de todos Ustedes.
Venimos a hacer lo que más nos gusta, donde más nos gusta
Con la Versión Original de los hechos
Lilí Berardi 2015
PD: Están todos invitados a Liniers 71, el nuevo hogar de La Opinión, LaNoticia1.com, La Guía Club y Sin Galera, el sábado 13 desde las 9 de la mañana, sin excepción porque con “invitaciones especiales” nos olvidaremos de alguien. Cuando digo todos, es TODOS y aunque llueva.