El andén vacío
Dicen que todo tiempo pasado fue mejor, y aunque uno no quisiese hacerse eco de estas palabras, es prácticamente difícil creer que esta frase pudiese cambiar. Pero cuando uno ve lo que queda y en que estado de abandono, entonces buscamos en nuestros archivos de imágenes, en nuestras propias historias. Y es entonces donde este relato empieza a dibujar lentamente las imágenes pasadas de la Estación del Ferrocarril, de sus andenes y su Kiosco, de su gente esperando el arribo del tren donde se bajaban familiares, vecinos, turistas. Es retrotraernos en el tiempo y vernos chicos en la sala de espera, compartiendo el atraso del tren, viendo como la gente llegaba y sacaba su boleto, y el personal de La Estación, con sus guardapolvos azules, te daban el tan ansiado cartoncito rectangular de color rojo y blanco, amarillo, azul y blanco, verde, etc, etc. Corríamos al Kiosco de hormigón y comprábamos el Patoruzito y el D’artagnan para el viaje. Claro no podía faltar la botellita de pomelo Neuss. Todo era una aventura a la hora del arribo del “Ciudad de Buenos Aires”. Las vías se sentían temblar a medida que se acercaba el convoy. Le preguntábamos al jefe de estación: “falta mucho para que llegue”, y el nos respondía, “ya pasó Baradero”. En la casilla del Guardabarreras, veíamos como la señal se baja; ya era sinónimo que pronto lo veríamos pasando por Arcor. Todo siempre fue una aventura, cuando uno es chico, y para nosotros lo fue más. Los fines de semana, la diversión consistía en irnos en bicicleta y poner las viejas moneda de un peso color amarillas – se acuerdan? – en las vías y espera el paso de un convoy. Acto seguido recogerlas entre los durmientes y ver como el peso de esos gigantes de hierro, las habían aplanado. Claro que los fines de semana el tránsito de pasajeros se acrecentaba enormemente y el playón para los autos no daba abasto. Gente que venia, otros que partían, y estaban los curiosos que solamente se encontraban con amigos en la estación para enterarse de novedades, chusmerios… En fin, la estación cumplió al igual que todo el ferrocarril argentino una función social antes que nada. Permitía el encuentro entre amigos, novias/novios, padres e hijos, abuelos y nietos, incluso aquel que no lo esperaba nadie, aquel que llegaba de madrugada, una taza de café del jefe, era la bienvenida. Pero la ignorancia, la desdicha, el querer hacer un país que termina en la General Paz, fue derrumbando la idea de una argentina conectada, de una republica donde la vida del interior se dio al costado de las vías y no solamente en el Tren de la Costa. Hoy los fantasmas de un pasado caminan lentamente por el viejo andén, con sus lajas gastadas por el paso del tiempo. Hoy ya nadie bebe en ese hermoso bebedero de bronce o mármol que está en la vieja pared de construcción inglesa. Hoy esta sediento él, el viejo bebedero. La torre de cambio de vías, guarda un silencio de amargura, de incertidumbre. Desde arriba se puede mirar el paso del tiempo, la ausencia de nosotros los ciudadanos que necesitábamos del tren. Como viejo testigo mudo, esta el reloj en la pared. Solo, ya sin sus agujas. Le han quitado hasta ese derecho, la de marcar las horas de tiempos pasados, presentes de abandonos, de futuros inciertos. Los galpones ya no se que guardarán, só.lo se siente el viento soplar y alguna chapas desclavadas simulan las voces de los que trabajaban, de los que viajaban, de los que esperaban… El viejo Kiosco es la personificación de la desdicha. Parece un viejo soldado que quiere guardar todavía su vieja hidalguía. Ya no están las revistas, ni las botellitas de pomelo Neuss. Hoy es una sombra nada más. Lejos quedo el playón señalizado a la cal, con los lugares bien determinados para estacionar y el playero que nos cuidaba el auto, sin tener un trapo en la mano y casi obligándonos a estacionar en tal o cual lugar. El viejo playero, nos recibía con una sonrisa y agradecía lo que uno le daba. Hoy solamente se puede ver una carpa blanca y una casilla de acero, que desentonando con esa perfecta construcción inglesa, buscaría hacer la verificación vehicular a los fantasmas de los autos que en nuestra imaginación están estacionados. Si estimado lector, ese fue nuestro ferrocarril, esa fue nuestra estación, hoy solamente es el abandono… Hoy, en el presente, otras ciudades del interior recuperaron la estación y la convirtieron en un centro de actividad social y cultural, quien no lo crea así que vaya a Trenque Lauquen… claro el jefe comunal hace años decidió que era parte de su comunidad, de su historia, y se los devolvió de alguna manera… Este relato es en defensa de lo que nos marcó como comunidad, como personas, como familias… David E-mail: dpujol@yahoo.com.ar