Con los animales tampoco
En tiempos donde la violencia reina sobre la paz, necesitamos ponernos de acuerdo sobre la mejor forma de ser un ciudadano y explicitar qué cosas como sociedad no estamos dispuestos a negociar.
Diariamente enfrentamos situaciones violentas en las escuelas y derramamos discursos sobre la necesidad de construir una sociedad más sana y justa. Diariamente repudiamos la violencia de género, la violencia sobre los niños o el maltrato a la tercera edad. Hoy convoco a reflexionar sobre qué hacemos como sociedad para prevenir la violencia hacia nuestros animales. Los cazadores golpeando hasta la muerte a los cachorros de focas para luego despellejarlos sobre el hielo. Los 30 millones de animales que mueren en España por la caza “asesinando por diversión”. El sucio negocio de comercializar especies exóticas y provocar la extinción. La cara triste del circo con la explotación, castigo, encierro, soledad y muerte de miles de ellos. Las corridas de toros y el derrame de sangre. Estos son algunos de los ejemplos de lo que “el hombre” es capaz de hacer sobre los animales, pero qué hacemos con la crueldad cotidiana sobre nuestras mascotas. Soy docente y mamá de cuatro niños/adolescentes. Cabe aclarar que nunca expuse un tema a “nivel público,” pero quizás el no poder encontrar una solución en esta oportunidad me empujó a hacerlo. Los que queremos a los animales no podemos expresar que sentimos, porque justamente como es un sentimiento, no hay palabras que lo describan.
Sin lugar a dudas mis hijos de 18, 16, 13 y 9 años heredaron de su mamá el amor por ellos. En muchas circunstancias hemos ayudado a que estos seres, en su mayoría indefensos, tengan una vida mejor. Sanamos perros de la calle, buscamos hogares adoptivos o simplemente les brindamos nuestra casa.
Casi toda mi vida viví en General Pueyrredón y Bottaro (mi casa paterna). Llevo más de 40 años en el barrio de la Escuela Normal, mis hijos y yo nos preocupamos por ser buenos vecinos, por eso respetamos y apreciamos a toda la “buena gente” con la que compartimos este barrio desde hace tanto tiempo. Lamentablemente desde hace dos años, casi todos los que vivimos aquí, sufrimos la pérdida de nuestras mascotas (en su mayoría gatos) que son envenenados y mueren en una terrible agonía.
No le resulta fácil a una mamá, explicarle a sus chicos que su mascota no vendrá más, que el espacio que ocupaba en la casa quedará vacío, que debemos guardar todas las fotos para evitar tristezas y que hay que seguir haciendo el bien sin mirar a quién (como decía mi abuela), aunque otros decidan anclarse en la maldad y en el daño.
Convengamos que la violencia genera más violencia y que nuestros jóvenes tienden a resistir el viejo lema de poner la otra mejilla y proclaman por todo justicia por eso, las generaciones más sumisas asumimos en muchas ocasiones que tenemos que actuar, defender o pedir ayuda.
Cinco fueron nuestros animalitos, que aunque estaban bien cuidados, murieron víctimas de una “bestia”: Negrito, Michina, Huevón, Antonella y Michino. A cada uno de ellos fuimos rescatando de la calle; salvo Antonella, eran gatos “mediopelo” (con cariño), de esos que son fieles a morir, cariñosos y amigables, responsables de mucha ternura y dueños de todo el cariño de esta familia.
Como San Pedro es chico y como nos conocemos todos, cada vecino que sufrió estas pérdidas, mis hijos y yo, sabemos quién es el responsable de estos hechos salvajes, quién está en este barrio sin sentirse parte de él.
Lamentablemente en este país muchas veces las víctimas se convierten en victimarios y cuando no tenemos todas las pruebas, denunciar también es sufrir.
Quien pueda, explíqueme cómo puede una “persona” matar las mascotas de cualquier chico justo en el fin de semana del Día del Niño y seguir su rutina, comprar el diario y hasta quizás atreverse a sorprenderse por la violencia que nos rodea en el barrio, en el país, en el mundo.
Agradezco el espacio y espero sensibilizar a todos aquellos que respetamos la vida y detestamos la violencia, para que juntos podamos hacer cumplir la Ley de Protección Animal vigente en nuestro país.
¡Un maullido es un llamado al corazón! ¿Lo escuchamos?
Verónica Mosteiro
DNI 20841225