Violación grupal en Villa Igoillo: La reconstrucción de un caso aberrante
El caso fue caratulado como “abuso sexual con acceso carnal, agravado por la participación de dos o más personas”, y en pocas horas la justicia podría expedirse con respecto al futuro de los acusados. La Cámara Gesell será determinante.
Mientras el fiscal de menores José María Guadagnoli aguarda los resultados de las pericias y la entrevista en Cámara Gesell, La Opinión logró reconstruir lo sucedido en la madrugada del domingo pasado, cuando un grupo de jóvenes que llegaron al cumpleaños anoticiados por las redes sociales terminaron protagonizando un hecho aberrante contra quien ese día festejaba sus 15 años.
En Villa Igoillo, cuando Zannúcoli llega al 500, la calle se termina para dar lugar al comienzo de un campo conocido como el “de la familia Altamonte”, que tuvo su momento de relevancia pública porque fue una de las primeras grandes excepciones a la San Pedro 2000 para habilitar loteos.
El campo tiene como límite, hacia Lucio Mansilla, la edificación donde está instalado el supermercado chino “18”. Quien llega hasta el fin de Zannúcoli puede doblar hacia la izquierda, camino a las vías del Ferrocarril Mitre, por una pequeña callecita sin nombre que oficia de división entre el campo de los Altamonte y las viviendas, algunas precarias, muchas de material pero humildes.
Una de ellas fue el sitio de la fiesta. La familia propietaria accedió a permitir la celebración cuando el padre de la cumpleañera dio su visto bueno. Su hija no salía. Aunque muchas veces había pedido permiso, sus padres preferían que no lo hiciera.
“No la dejábamos salir por el miedo de que le pase algo, porque a la salida de los boliches siempre había heridos, veíamos en las noticias. Entonces no le dábamos permiso para salir. A ella no le gustaba. Es que antes eran otros tiempos, ahora salís y no sabés si volvés”, contó su madre.
Estuvieron de acuerdo en el desarrollo de la fiesta en la casa de su amigo. El plan era sencillo, pero colmaba las expectativas de los chicos: música, algo para tomar que cada invitado pudiera llevar, bailar y compartir una velada de celebración.
A las 21.00 comenzaron a llegar. Cuatro chicas y dos chicos se cambiaron en la casa, para prepararse. La cumpleañera, siempre acostumbrada a vestir sencillo, no quiso que esa noche hubiera excepción. Aunque sus amigas se “produjeron” un poco y vistieron shorts, minifaldas, botas altas y hasta se pintaron, ella prefirió un jean, un buzo y zapatillas.
El espacio en construcción para el nuevo comedor y el altillo eran “el salón”. En una dependencia contigua, la dueña de casa miraba televisión y cada tanto los iba a ver, para controlar que todo estuviera bien.
Habían hecho las invitaciones por Facebook. Incluso comentaron que era raro que algunos no llegaran, ya que a través de esa red social aseguraron que allí estarían.
Antes de las 3.00, ya no llovía. La tormenta de viento y lluvia que había arreciado parecía disipar. Apenas si algunas gotas acompañaban lo que ya era una fresca pero húmeda madrugada. A esa hora irrumpió un grupo que no estaba invitado. Eran alrededor de 10. Llegaron caminando, con botellas en la mano. Todos tenían entre 14 y 17 años, quizás había alguno que ya cumplió los 18. Algunos eran mucho más altos que los chicos invitados, más corpulentos, pero no dejaban de ser adolescentes, como ellos.
Estaban en una especie de garage abierto, donde llevaron el equipo de música y bailaban. El anfitrión fue al baño y cuando volvió, su amiga, la cumpleañera, no estaba. Preguntó por ella y nadie sabía. No la veía. Salió a la calle y observó que tres de los del grupo que no sabía si habían sido invitados regresaban desde el fondo del descampado, donde hay una especie de “corral”, con alambre y tranquera, donde muchos de los vecinos llevan a pastar a sus caballos, entre los árboles.
Detrás de esos tres, otros tres. Corrió hacia el corral y allí estaba su amiga, tirada en el piso. El resto de los muchachos que estaba en el lugar regresó hacia la fiesta cuando él alumbró con la linterna de su celular. No entendía qué pasaba, pero su amiga lloraba. “¡No quiere venir!”, se escuchaba en la casa. Lograron llevarla, prácticamente a la rastra. Estaba quieta, callada, asustada, lloraba. “¿Qué te pasó? ¿Qué te hicieron? ¡Algo te paso! ¡Decime! ¡Contame!”, le gritaba su amigo. Ella no respondía. “¿Quién fue, quién te hizo algo? Señalámelo”, le pidió. Ella levantó la mano en dirección al grupo que había arribado hacía no más de media hora. Se reían. “Está loca”, decían. “Algo le paso, yo la conozco”, sostuvo él y se abalanzó contra los del grupo, con intenciones de golpearlos. Se fueron. Nadie sabía qué había pasado.
La dueña de casa fue hacia el patio a pedido de su hijo, que le solicitó que hablara con su amiga. Cuando la abrazó, ella rompió en llanto y temblaba. “Yo soy mujer, vamos al baño, puedo entenderte, decime qué pasó”, le pedía. “Nada, quiero irme a mi casa”, repetía entre llantos. “No tengas vergüenza. ¿Te violaron?”, le preguntó, sin más. “Sí”, respondió y consignó al menos cuatro nombres.
Mientras su madre cuidaba de su amiga, el anfitrión de la fiesta corrió hasta la casa de ella para avisarles a los padres. Todavía no eran las 4.00 de la mañana. La mamá estaba engripada. El padre y la hermana mayor iban y venían.
En la casa de la fiesta, la madre de amigo de la chica temblaba con ella, envuelta en una angustia inexplicable. Comenzaba a entender el horror por el que había pasado la mejor amiga de su hija, una nena que acababa de cumplir 15 años.